El escapado

Por 11 septiembre 2019 Relatos

César no entendía de pintura, ni falta que le hacía. No sabía nada de escuelas, estilos o corrientes. Solo se dejaba llevar por sus emociones, por sus sensaciones tuetánicas y, sobre todo, por su infalible instinto.

El cuadro, desde el primer vistazo, llamó nuestra atención. Nos colocamos frente a él.  En silencio, cada uno de nosotros procedió a su particular análisis de la obra en cuestión.

Empecé a elucubrar, quería indagar y descubrir el porqué de su escapada solitaria y de la persecución del grupo, tratando de engullirlo, para cercenar sus deseos de libertad y de avanzar en solitario por el espeso bosque que le rodeaba, pleno de tonos verdes, de ocres, de tierras, de luces, de sombras y de difusos claroscuros.

Pedaleaba con fuerza, embutido en su oscura chaqueta de cheviot sobre un rojizo jersey. No volvía la vista atrás. Las infinitas ramas, plenas de multicolores hojas, fueron cerrándose a su paso, tragándose al pelotón y, por fin, pudo volar hacia su soñada libertad.

Estaba confundido ante mi farragoso deseo de interpretar el cuerpo y la mente del ciclista. Quería ser él por unos instantes, ocupar su lugar en ese deseo de escapar.

Me gustaba y no sabía muy bien por qué. Necesitaba saber la opinión de César.

—¿Qué te parece?

Asintió con la cabeza, mientras permanecía en silencio, absorto en la contemplación del cuadro.

—¿Te gusta? —Ansiaba conocer su respuesta final. Se giró hacia mí y, con vehemencia y determinación, emitió su veredicto ante mi insistente petición:

—Guau, guau—me respondió.

Recuperé la tranquilidad perdida, le había gustado.  Como casi siempre, César y yo estábamos plenamente de acuerdo.

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