Gastronomía

Por 20 febrero 2022 Relatos

Salgo de la cocina con una humeante tortilla en el momento en que don Arturo se acomoda en el taburete de la barra.

—Buenos días don Arturo —saludo mientras dejo el plato en el mostrador de las tapas, y extraigo de la cafetera el cacillo que limpio y vuelvo a llenar—. Ahora mismo le pongo su café.

—Buenos días Felisa. Hace buen día hoy —me devuelve el saludo con amabilidad.

—Pues mire, no lo he notado. Hoy tengo la cabeza en otro sitio.

—¿Pensando, Felisa?

—Como siempre, don Arturo, que mi cabeza no para. Mire usted, anoche nos invitó a cenar mi yerno el concursero. Ya sabe usted, el que se quedó en paro hace años y se dedicó a prepararse para los concursos de la tele. Y oiga, que haciendo cuentas, y restando lo de Hacienda, se ha ido sacando un buen sueldo. No sé si usted es asiduo de esos programas, pero le pongo al día: La semana pasada y después de varios meses se llevó el bote acumulado de Atrapa Vocablos. Un buen pellizco, don Arturo. Pero lo mejor es que los de la tele le han contratado para formar parte del equipo que prepara las preguntas para los concursantes. Y es que es una máquina mi yerno. Así que de golpe se lleva un buen pellizco, y consigue un empleo a condición de que no se presente a más concursos de esa cadena. El caso es que para celebrarlo nos invitó anoche a cenar en uno de esos restaurantes de mucho postín, y cuando nos dieron la carta y empecé a leer, me enteré menos que si hubiese estado escrita en francés o en chino. El chef, salió a felicitar a mi yerno que se ha hecho muy popular, dicho sea de paso, y estuvo muy agradable y muy educado. Nos recomendó determinados platos y me quedé a cuadros cuando empezaron a servirnos: platos del tamaño de una mesa camilla, con apenas el contenido de una cuchara sopera en el centro. Eso sí muy adornado con hojas y flores, que parecía que les faltaba un lazo o un collar de perlas. Salí de allí muy cabreada, don Arturo, porque al fin resultó que cené un huevo escalfado y una mínima expresión de gazpacho, aunque muy rico, eso sí. Y al regreso empecé a regruñir y a protestar, y ellos a decirme que si soy una antigua, que si me tengo que modernizar, que si no entiendo nada de los tiempos modernos, que si soy poco creativa…En fin, que me pusieron la cabeza como un bombo y acabamos discutiendo. Y aquí me tiene usted, dándole vueltas a la mollera, para hacer una carta con la que cerrarles la boca y demostrarles que tonta no soy, pero que a mí lo que me gusta es al pan, pan, y al vino, vino. Así que me he pasado toda la noche pensando en nombres creativos y modernos con los que rebautizar las tapas que ofrecemos. Y como sé que es usted un hombre inteligente y de sentido común, si me permite —digo sacando una hoja de papel del bolsillo de mi delantal—, me gustaría saber su opinión. —Y añado—. Para empezar ¿qué diría usted que llevaba en el plato cuando he salido de la cocina?

—Yo diría que una tortilla de patatas —contesta él, y especifica—. Con cebolla, según me ha parecido por el aroma.

—Pues no señor, desde hoy no es una tortilla, es una: «Fritata de tubérculo andino, al aroma de manzanas dramáticas, sobre lecho de fruto uterino de pita ibérica». Lo de manzanas dramáticas es por una obra de teatro que vi de joven en un Estudio 1, hace la tira de años, aún veíamos la tele en blanco y negro. Los protagonistas eran los grandes del Siglo de Oro, y había una escena en la que Quevedo y Góngora discutían, ya sabe usted que eran enemigos acérrimos. Y aquel le echaba en cara a este que tenía una forma tan enrevesada de hablar, que a las cebollas les llamaba manzanas dramáticas porque hacían llorar. Lo del fruto uterino es porque los huevos son fruto del útero de las gallinas.

—No está mal. No está mal —dice don Arturo con sonrisa socarrona.

—Bueno, pues tengo más. Las leo de corrido y luego me da usted su opinión — él afirma con un gesto mientras saborea el café, y prosigo—. Para las morcillas, longanizas y chorizos : «Delicias renacentistas, al estilo San Lorenzo». Que en aquellos entonces ya se hacían esos embutidos, y no ignorará usted que a San Lorenzo lo asaron en una parrilla. —Me coloco bien las gafas y prosigo—. Para las empanadillas: «Festival de verduras con maridaje cantábrico, enfundada en masa esencial con aceite de oliva virgen». Lo del maridaje cantábrico es por el bonito, lo de la masa esencial, porque mezclar el agua con harina, cocerlo y comérselo, es lo más básico y elemental de la cocina, lo del aceite de oliva virgen, porque puede que sea lo único virgen que queda en este país. La que sigue es muy buena, o a mí me lo parece —hago un silencio para crear expectativa y continuo—. Para los callos: «Entrañas místicas sobre lecho de salsa de papikra y acompañamiento de esféricos ocres vegetales». Lo de místicas, porque la mayoría de quienes prueban mis callos, dan un suspiro de placer, ponen los ojos en blanco y dicen que de ahí al cielo. Y lo de los esféricos ocres vegetales, para no confundir los garbanzos con guisantes. Y la última: «Riñoncitos blancos de vaina, con cromático de verduras y aliño de salsa balsámica». O sea, judías blancas con vinagreta, el cromático de verduras son el pimiento, la zanahoria y el tomate. ¿Qué le parece? ¿Tengo imaginación o no?

—La tiene, Felisa. La tiene —dice con una amplia sonrisa, levantándose del taburete y depositando el importe del café sobre la barra—. Siga usted pensando que se le da bien, y ya me va poniendo al día.

—Lo haré, don Arturo. Siempre es un placer hablar con usted.

—Hasta mañana Felisa.

—Hasta mañana don Arturo.

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