Vacas, tren y un asesinato

Por 23 enero 2019 febrero 12th, 2019 Relatos

En la lejanía, mar de dunas de desierto pero de árboles verdes poblados, así eran los prados donde estaban pastando las vacas de Tinín, presumidas, pieles suaves de blanco y negro unas y marrones otras. Cadencia en sus andares  y hondos mugidos.

El sol descendía suavemente por las colinas y era ya hora de conducirlas a su cubil nocturno, en espera de la madrugada, cuando de ellas el dulce líquido sería liberado. Todas eran muy obedientes al mandato de Tinín , excepto Rosa que se resistía , y solo le obedecía una vez era saludada por los viajeros del tren , que cada día  hería de muerte un poco más el hondo prado. Rosa no se movía y Tinín le gritaba:

-¡Rediez, Rosa! ¿ Qué te pasa hoy?

Ella que se sabía deseada por su buen líquido y mejor compostura, se negaba a moverse. Después de muchos cariños y mimos, consiguió guiarla al cubil. Pero he aquí que cuando la cogió del collar del cencerro, vio un trozo de tela colgando del mismo, y sin pensarlo dos veces se lo guardó en el zurrón.

Al día siguiente Tinín bajó al pueblo, y se encontró con grupos de vecinos murmurando, y como no acertaba a dilucidar lo que estaban hablando, preguntó a un paisano:

-¿A qué se debe este alboroto?

A lo que el paisano contestó:

-Han encontrado a Pedrín muerto en el prado de los Suniellos.

Entonces a la mente de Tinín acudió, como un estrella fugaz, el recuerdo de que Rosa estaba anoche,  precisamente, en el linde de ese prado cuando tanto le costó llevarla al cubil… Quizás fue testigo mudo de lo que le ocurrió a Pedrín, pensó Tinín.

Pedrín era el más rico del pueblo, huraño y poco amigo de hacer favores. Él  casó con Elisa, bella joven de cuerpo esbelto y cabello dorado. Todos los mozos del pueblo estaban enamorados de ella, incluidos Tinín y su mejor amigo Miguel. Pero fue Pedrín quien la encandiló, y así se hizo con el prado que la familia de Elisa le dio como dote, que era el único que le faltaba tener a Pedrín de los que colindaban con el suyo.

Los años pasaron y el caso no se resolvió, aunque la familia de Pedrín contrató los servicios de prestigiosos detectives, nada se averiguó. Tinín, un poco por venganza quizás, ocultó  el trozo de tela que encontró en el cencerro de Rosa aquella noche.

asados los años, un día Tinin bajó a Miéres  y tuvo un encuentro que jamas imaginó. Entró a comer a un bar y al rato observó que un hombre que estaba en la barra no paraba de mirarlo. Al cabo de un rato el hombre se le acercó  y le dijó:

-¡Tinín! ¿Te acuerdas de mi?

– ¿Perdone? -pero enseguida reaccionó- ¡Miguel!

Y se fundieron en un largo abrazo, los ojos de ambos eran un mar de lágrimas que no les permitía ver los surcos que el paso del tiempo había causado en ellos.

-Cuánto tiempo, ni te reconozco, te veo muy bien

A lo que Miguel contestó:

-No te burles de mí, somos los mismos pero con cuarenta años más.

-¿Y qué ha sido de tu vida desde que te fuiste a las Américas?

-Bueno, hice un pequeño capital y volví hace unos años y me instalé en Oviedo.

-¿Y no te has pasado por el pueblo en todos estos años a saludar a los paisanos?

-¿Y tú te casaste, tienes hijos? -le inquirió Miguel eludiendo la pregunta de Tinín.

-Bueno, mi familia son mis vacas. ¿Y tú te casaste?

-No. -respondió Miguel. Y sus profundos ojos azules se inundaron de lágrimas y se hizo un corto silencio por parte de ambos.

Tinín comprendió entonces que Miguel “sí” había estado en el pueblo. Ambos amigos se despidieron quedando emplazados en verse y reanudar sus reuniones a la luz de la luna que cubre los verdes prados de su pueblo natal…

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