Bombillas de colores, banderitas y el suelo alfombrado de serpentinas y confeti. Ya estaba todo preparado para empezar el carnaval, esa fecha en la que nada es lo que parece. Había dedicado mucho tiempo y trabajo para que este momento fuera perfecto y especial. Había adornado primorosamente los puentes, decorado las farolas y cuidado que el agua de los canales estuviera limpia.
Desde varios meses antes se había dedicado a confeccionar trajes, máscaras y pelucas de apretados tirabuzones. Miriñaques para las señoras y camisas con chorreras y puntillas para los caballeros. Sombreros, abanicos… todo preparado.
Le esperaban unos días de desenfreno y diversión. Hasta que doña Cuaresma apareciera en escena y se cruzara con don Carnal para ocupar su lugar en el calendario. Ella le miraría con cara de reproche (o quizá de envidia, quién sabe) y él le guiñaría un ojo soñoliento, despidiéndose hasta el próximo año en el que el ciclo se volvería a repetir.
Ya estaban todos vestidos, esperando el momento de salir a lucir sus galas y pasarlo bien. Con cuidado los fue acomodando en las pequeñas góndolas, relucientes y engalanadas para la ocasión. El gondolero esperaba paciente, con su típica camiseta rayada y un antifaz para no ser menos.
Uno a uno fueron acomodados, se recolocó alguna peluca torcida y se ahuecaron las faldas.
Empezó a sonar la música.
¡Por fin los playmobil tenían su carnaval!

Natural de Elda. Veterinaria de profesión, escritora por afición, estudiante de música por diversión. Amante de los animales, la naturaleza y la literatura. Ha publicado “La huida parda” y “Después de la huida” junto a tres compañeros, y un libro de relatos, “Entrecruzadas” (2019).
Irónica como siempre Mari Cruz. Nos sorprendes con finales inimaginables.