El marciano

Por 3 abril 2019 Relatos

Los viandantes que se encontraban en la amplia y céntrica avenida esa mañana de domingo, huyeron despavoridos cuando vieron aterrizar aquel platillo volante… Todos menos el hombre y la mujer que acababan de salir a la calle; ella con dos bolsas con fiambreras, él con una sartén y un manojo de espárragos trigueros verdes y frescos, ambos con el ceño fruncido. La mujer dejó su carga en el portal, puso los brazos en jarras e increpó a su marido señalando la nave con la cabeza.

–¡Manolo! ¿Qué es eso?

–Mujer… Pepita– dijo él como cogido en falta.

–Ni mujer, ni Pepita, ni nada. Habíamos quedado en que el marciano no se venía al campo.

–Pero Pepita, ¿no te da pena dejarlo solo?

–Esto no es la primera vez que lo hablamos, Manolo. Paso porque lo hayáis incluido en vuestra peña de amigos; paso porque se tenga que quedar a  dormir en casa cada vez que Jorge hace una despedida de casado, que por cierto, no sé por qué no se divorcia ya…

–Pues porque está muy enamorado de su mujer.

–Entonces que se deje  de despedidas.

–Pepita, si a él le hace ilusión, tú no eres quien para opinar –defendió Manolo con firmeza.

–Vale, pero es que luego llegáis perjudicados, y el  marciano con la excusa de que vive lejos y no está para conducir, se instala en casa y no hay forma de que se marche.

–Es que tú no sabes cómo es su mujer… Y además ella no le entiende.

–Esa es siempre vuestra excusa: “Es que mi mujer no me comprende”.

–Y la vuestra que os duele la cabeza –se defendió él.

–Manolo… No me calientes que no está el horno para bollos. Al marciano no nos lo llevamos. O se queda aquí, o se va a su casa.

–Venga, mujer, sé un poco razonable.  Además… El arreglo para la paella lo ha comprado él.

–Sí, espárragos trigueros y carne de topo. ¡Menuda paella para comer con unos valencianos!

–El pobre te oyó decir que te gustan los topos y no aclaraste que sólo en los vestidos.

Mientras aquel matrimonio seguía discutiendo, los transeúntes, a medida que comprobaban que de aquella nave no salían rayos láser ni bombas exterminadoras, fueron acercándose a ella móvil en mano, y selfie va, selfie viene se amontonaron a su alrededor. Los conductores de los vehículos a los que obstruía el paso empezaron a protestar haciendo sonar el claxon y lanzando improperios, y decenas de coches de policía intentaban abrirse camino haciendo sonar sus sirenas. Entonces se abrió la escotilla superior de la nave y asomó el busto de un humanoide. Tras unos instantes de estupor, la multitud estalló en aplausos y un reportero de TV se aproximó al extraterrestre, le acercó el micrófono y dando muestras de gran agudeza e inteligencia le preguntó:

–Buenas, ¿es usted marciano?

–Pues sí señor –respondió el interfecto.

–Y si Marte es el Planeta Rojo, ¿por qué es usted verde?

El marciano sin saber qué contestar miró suplicante a sus amigos, y Pepita, que en el fondo tenía un gran corazón, se plantó en medio de la calle y con gran autoridad y elevando la voz dijo:

–¡Hala. Se acabó el espectáculo! ¡Cada mochuelo a su olivo! Y tú marciano, aparca y ven a casa rápidamente. Manolo entra tú también y deja de golpear los espárragos con la sartén… Que tienes un tic más tonto…

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