No basta un cuerpo abandonado para explicar
la comisión de un delito.
Como no basta un reguero de sangre para entender
la agonía del mundo.
Ni siquiera un rastro sólido
e infinidad de indicios bastan
para poder implicarla de un modo concluyente.
Porque, la noche del crimen, ella
difícilmente pudo estar allí.
Coqueteaba, como lo hace siempre,
-sus estudiadas maneras bobaliconas,
su mirada ingenua y persuasiva-
con algún tipo duro al que embaucar
tomando copas y más copas llenas
de esa burbujeante aunque torturada soledad,
hasta sacarle algún fajo de certezas
de su último atraco, y con el que comprarse
un puñado de versos con escotes
para unas metáforas despampanantes.
Porque ella, la poesía, es muy hábil
y escurridiza en el arte de marcar distancias.
Y aunque, como el agua, esté
en casi todas partes,
cuanto más se siente acorralada
antes se evapora
del lugar del crimen.
La poesía siempre coqueta y atrevida se mueve entre tugurios noctámbulos y folios de poca monta que ironizan. Encantador poema Rafa.