La memoriencia de la persistoria

Por 30 enero 2019 febrero 7th, 2019 Relatos

¿Qué quieren que les diga? Soy pura contradicción. Y créanme, no hay nada malo en ello. No soy el único tipo contradictorio que habitó estos lares ni pisará sus andurriales. Ha habido otros iguales antes que yo; incluso peores. Fíjense por ejemplo en ese tipo, Osho, una especie de gurú hindú o guía espiritual instalado en el ascetismo y la austeridad que a pesar de ello, no se ruborizó nunca (ya no puede hacerlo, DEP) en exhibir ante todo quisque y sin atisbo de pudor su colección de Rolls Royce. O el mismo Jean Jacques Rousseau, que predicó filantropía por doquier hace dos siglos al tiempo que abandonaba uno tras otro sus numerosos retoños concebidos por una esposa zafia e inculta. Hasta nuestro contemporáneo Reverte, (saludos don Arturo de un seguro servidor), siempre en el filo de la navaja de la opinión, se confiesa a un tiempo animalista y visitante esporádico de corridas taurinas, ¡manda huevos!

Sin embargo, pongan atención en este otro individuo: Salvador Dalí. Ese si que era un tipo coherente que vivió como pensó, pensó como pintó y pintó como vivió, pasándoselo todo por el arco de triunfo. Que me apetece, pues me dejo largo el mostacho. Que todos pintan de pie, yo lo hago sentado. Que lego toda mi obra al Estado español, es cosa mía. Leí algo de un micropene; lo siento Salvador, pero no es mi estilo. El pincel, cuanto más gordo, mejor. Comprobado. Pregunten, pregunten por ahí a las señoras y verán lo que les dicen del tamaño.

En fin, les comentaba, que haciendo “Gala” de mi gusto por el turismo cultural, me di una vuelta hace unos meses por los dominios dalinianos: Cadaqués, Púbol, Figueres… Impresionado quedé, oigan. Dense cuenta hasta qué punto era excéntrico el tipo que, bien sabido es,  cualquier artista que se precie se deja visitar por las musas para sentirse inspirado. Sin embargo, nuestro genio hacía exactamente lo contrario: tenía que ir a un castillo a bastantes kilómetros de distancia (y siempre previos el aviso y la marital autorización) para reencontrarse con la suya. Así era Dalí, nada que ver con la grisura. ¿Y qué me dicen de su pintura? ¡Contesten, por Dios! No espero la opinión de un aristócrata refinado, ni tampoco la de un marchante de obras de arte. Ni tan siquiera la de un aficionado con cierto nivel de gusto y formación,  sino la de usted. La de usted, palurdo analfabeto que cuando mira uno de sus cuadros solo sabe ver a una chica con el culo gordo asomándose a una ventana para mirar al mar. La de usted, ama de casa de bachilleratos nocturnos que compró esa lámina plagada de relojes totalmente ablandados y que ahora cuelga de su grasienta cocina. La de usted, camionero de tías en pelotas en su cabina, fervoroso seguidor de la Semana Santa de su pueblo que no encontrará jamás ningún significado en la crucifixión de un Cristo hipercúbico. Y sin embargo todos ustedes tienen algo en común; todos ustedes, surrealistas contempladores de obras de arte, coinciden esencialmente en una cuestión. ¿Sienten curiosidad por saberla? ¿Creen conocer este lazo que comparten, esta conexión vital antropológica? ¿Piensan que quizá, aunque la vida no les dio la oportunidad de formarse cultural y pictóricamente, albergan dentro de sí el gusto por el arte y el placer de lo estético? ¿Imaginan que la plasticidad es ese algo que no pueden expresar pero sí sentir, y que si no hubiesen nacido en aquel recóndito rincón de la geografía patria otro gallo les hubiera cantado? Ni lo sueñen, cretinos. El único lazo que todos ustedes tienen en común es su pasión por hacer fotos con flash en los museos donde expresamente ello está prohibido. No hay una sensación mejor en este mundo que esa. Créanme, sé de lo que hablo.

Un comentario

Dejar una respuesta a Jesús Cancelar respuesta